jueves, 12 de septiembre de 2013

El valor






-“Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa, que no tengo fueras para hacer nada. Todos me dicen que soy una calamidad, que no sirvo para nada, que no hago nada bien, que soy bastante tonto… ¿Cómo puedo mejorar?…¿Qué puedo hacer para que me valoren más?”

El maestro, sin mirarle le dijo:

- “!Cuánto lo siento, pequeño saltamontes. No puedo ayudarte, porque debo resolver primero mi propio problema. Si quisieras ayudarme tú a mí, podría resolver el tema con más rapidez y luego, tal vez te pudiera ayudar.”.

- “Encantado”– titubeó el muchacho, aunque una vez más sintió que volvía a ser desvalorizado y vio sus necesidades otra vez postergadas.

- “Bien”, asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo meñique izquierdo y dándoselo al chico, agregó:

- “Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debes vender este anillo y trata de obtener por él la mayor suma posible, pero nunca aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas”

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con cierto interés, hasta que decía el precio que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, unos se reían, otros daban media vuelta hasta que un viejito le explicó que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio del anillo.

Después de ofrecer la joya a más de cien personas y abatido por su fracaso, montó en el caballo y regresó. Entró en la habitación y dijo:

- Maestro lo siento… no pude conseguir lo que me pediste. Tal vez podría conseguir dos o tres monedas de plata, aunque no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo”.

- “!Qué importante lo que dijiste, pequeño saltamontes”- contestó sonriente el maestro. “Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo?. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto daría por él. A pesar de todo lo que te ofrezca, nunca se lo vendas. Regresa aquí de nuevo con el anillo”.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo. Lo miró con lupa, lo pesó y luego le dijo:

- “Dile al maestro, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro”.

- ¿58 monedas??? Exclamó el joven.

- “Sí”- replicó el joyero- Sé que con el tiempo, podríamos obtener hasta 70, pero nunca si la venta es urgente.

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

- “Siéntate- dijo el maestro después de escucharlo. Tú eres como este anillo: una joya valiosa y única y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida, pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?.

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo meñique de su mano izquierda.

Moraleja:

A veces, evaluamos a la ligera tanto a las personas como a las cosas, sin conocer su verdadero valor, sin dar oportunidades.

Descubre lo que eres para saber lo que vales.

domingo, 1 de septiembre de 2013

El país de las cucharas largas




Un viajero se encontró un día ante un sinuoso desvío. Como era curioso, lo siguió. El camino terminaba en una sola casa enorme. En la puerta, un cartel anunciaba:

“País de las cucharas largas”

Esta comarca está integrada sólo por dos habitaciones

El hombre cruzó la entrada y avanzó por un pasillo. No había dado más que unos pocos pasos cuando escuchó, detrás de una puerta, un concierto de lamentos y quejidos. Por supuesto, se apresuró a entrar.

Sentadas alrededor de una mesa enorme, había cientos de personas. En el centro de la mesa estaban los manjares más exquisitos que cualquiera podía imaginar y aunque todos tenían una cuchara en la mano, se estaban muriendo de hambre. El motivo era que el mango de cada cuchara era mucho más largo que sus brazos y estaba fijado a la mano de cada comensal. De este modo, todos podían servirse, pero nadie podía llevarse la cuchara a la boca.

La situación era tan desesperante, y los gritos tan desgarradores, que el hombre salió del salón. Se encontró delante de otra puerta, en todo similar a la primera. Alentado porque no escuchaba ningún lamento, el viajero giró el picaporte y entró en el segundo cuarto.

Cientos de personas estaban sentadas frente a una mesa, colmada de alimentos. También cada persona tenía una larga cuchara fijada a la mano.

Pero nadie se quejaba ni se lamentaba. Nadie pasaba hambre, porque ¡se estaban dando de comereflexior unos a otros!   Reflexión:   En ocaciones solo queremos pensar en solucionar nuestros problemas y tenemos que tener en cuenta que ayudando y compartiendo podemos encontrar soluciones que no se nos habian ocurrido.  Frases: 
Yo hago lo que usted no puede, y usted hace lo que yo no puedo. Juntos podemos hacer grandes cosas. Madre Teresa de Calcuta

Ninguno de nosotros es más importante que el resto de nosotros. Ray Kroc